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Canela en llamas: Cómo el viento encendio a un pueblo

Reproducimos a continuación en nuestro blog un  interesante artículo escrito por Werne Núñez y que fue publicado en la revista Sábado de El Mercurio.

Está entre Tongoy y Los Vilos y en 1994 estaba entre las comuna más pobres. Sólo tenía viento, y fue suficiente. En dos años se invirtieron 346 millones de dólareas en tres de los cinco parques eólicos proyectados allí. En octubre pasado no había cesantes. Bienvenidos a Canela, Cuarta Región.

Aquí no pasa nada. Piso el cemento casi nuevo de este pueblo en llamas tras un viaje de cuatro horas desde la metrópolis, en uno de los dos buses que pasan por la ex comuna del comino y el queso de cabra; hoy, la tierra del viento, o algo así, como poético. O la “Comuna natural”, como dice el cartel oficial en la entrada, instalado hace poco en un desvío estepárico, una hora al noreste de Los Vilos: es casi nuevo, brilla con el sol, como las granjas eólicas, y esos cientos de torres con aerogeneradores, cerca del mar que desde aquí no se ve.

“Cuándo íbamos a pensar que el viento iba a salvar a este pueblo, oiga, si Canela estaba muerto. Muerto, muerto. Sin agua, sin trabajo, sin hombres, todos trabajando en el norte, en las minas, en la construcción, en cualquier cosa, criando cabras. Fue una resucitación, y le damos gracias al Señor por fijarse en nosotros”, dice Armando. Tiene 87 años y nació aquí.

El mito neonato en este valle semidesértico y lleno de cabras es que el de arriba está soplando todos los días a una velocidad promedio de 20 kilómetros por hora, parejo, y que con eso basta para que un pueblo tan pobre como éste sienta algo parecido a la esperanza en masa. Un par de años atrás, el destino maldito de Canela era marcar el paso. Agonizar lentamente. Ya no.

Cuentan que el viento del Pacífico trajo los parques eólicos y con eso, rarezas nunca antes vistas, como: ingenieros santiaguinos cuicos con casco, desfiles de 4×4 por las tardes, o un trabajo con contrato, imposiciones y cajitas con pan de pascua y cola de mono para fin de año y todas esas cosas lindas de la estabilidad laboral. Trajo sueldos más que dignos para el contexto. Quinientas lucas es plata acá. Con los parques en construcción, la crisis financiera mundial les sonó a un cuento más en noticieros ajenos.

Dicen que la cosa está que arde en Canela, y yo estoy parado frente a la plaza y el magno edificio municipal de tres pisos, un jueves a las 6 y media de la tarde, la hora de la ansiedad en el mundo real, y en este boomtown pasa esto: niños detrás de un pelota, un quiltro orina sobre una bicicleta, dos niñas compran pan, un anciano mira un árbol, pasa una camioneta, una señora con moño y bolsa caminando, tres chicos fuman en un banco. El silencio lo rompe Arjona: “Cuándo, cuándo volverás a ser / lo que no fuiste nunca”. Me siento observado desde la izquierda.

Es Willy, un tipo de 43 años que trabaja instalando vidrios y atendiendo un local de ropa, en plena Estanislao Ollarzú, la calle de la plaza, radio, el Registro Civil, el Correo, el juzgado de Policía Local, el gimnasio, el municipio y el comercio en mute. ¿Dónde está el dinero?, pregunto, y sin esperar respuesta, pienso en voz alta: aquí no pasa nada, amigo, le digo.

“¿Cómo que no pasa nada? Tiene que esperar a que todos salgan del trabajo”, responde, y esperamos. “Mire esos trabajadores con overol que vienen ahí, y esos con casco, y mire todas las camionetas, van todas a comer al restaurante. Eso nunca se vio antes”, cuenta, y nos quedamos mirando las Nissan, Toyota, Chevrolet y Ssangyong que pasan, lento.

“¿Vio el movimiento? ¿Antes, cuándo? Nunca. Como no hay hoteles, llegaron los trabajadores de los parques y la gente les arrendó sus casas, casas chicas, de subsidio social, en 150, 200, 300 lucas, y no valían más de 80. Unos hicieron ampliaciones para meter más gente, los restaurantes hicieron piezas piñuflas en los patios, igual se les llenan. Harta gente ahorró para pasar piola períodos como éste, cuando no se está construyendo nada y la cosa vuelve más o menos a la normalidad. La dura, amigo, el que no trabajó en los parques fue porque no quiso, nada más”, dice Willy. Corre viento, obvio.

Hace un par de siglos, pirquineros avispados encontraron oro aquí y se pobló la orilla del estero llamado Canela. El oro se acaba, pero el queso de cabra y el comino nunca faltan. En los 80, el comino era el símbolo del pueblo y el que ganaba el festival “Canela canta en verano” se llevaba uno bañado en oro para la casa. Durante décadas, los crianceros y pequeños mineros y agricultores compartieron estas tierras en las que avanza el desierto, entre Tongoy y Los Vilos. Ni el noble aliño pudo sazonar la maldición bíblica de una sequía de 11 años que empobreció a este pueblo. El estero en torno al cual se fundó es hoy un largo y polvoriento depósito de basura y malezas. Los costos de transportar el agua desde el río Choapa, 40 kilómetros hacia la costa, son impagables.

En 1994, Canela se ubicó como la sexta comuna más pobre del país en el ranking del Mideplan. Al año siguiente apareció en los medios como lugar en extinción: la agricultura daba pena y el 85 por ciento de los campesinos y crianceros apenas subsistían. La densidad bajó a un habitante por kilómetro cuadrado y el año 2000, cuatro de 10 canelinos vivían, técnicamente, bajo la línea de la pobreza. Entre censo y censo, desde 1992 a 2002, la población de la comuna bajó de 10.140 a 9.379 habitantes. No había una razón para quedarse. Canela sólo tenía el viento. Y el viento, entonces, valía nada.

EL GRAN CAMBIO

“Fue algo extraño. Cuando nos mencionaron como una de las comunas más pobres de Chile en la prensa, esa realidad nos puso en el mapa del Gobierno. Como que existimos gracias a eso. Frei era el Presidente, y empezó a mandar ministros. Aquí había sequía, no teníamos alcantarillado, las necesidades se hacían en un hoyo, una sola calle tenía pavimento y los techos de las casas eran casi todos de paja. Teníamos una sola línea de teléfono, y se nos vino un problema grave con las vinchucas”, recuerda Norman Araya, el alcalde, de 51 años, nacido y criado en El Talhuén, caserío criancero, pobre y campesino.

Es un hombre récord: fue el primer comunista en ganar una elección municipal posdictadura. “Todos se querían ir de Canela, y muchos no regresaban. En el campo casi no nos queda nadie. Pero el año 96 comenzamos a trabajar en la cosa eólica. En ese momento empezó el cambio”. El gobierno de entonces inició las negociaciones con Endesa Eco y Norvind de SN Power, para instalar los primeros parques eólicos en las costas altas.

“La gente no se anda riendo sola, pero ahora se respira tranquilidad. La mayoría pagó sus deudas. No hay familia que no haya tenido un pariente trabajando en los parques”, cuenta el alcalde. A sus espaldas, cuelga la nueva imagen corporativa comunal: son tres torres aerogeneradoras sobre el verde acuarela del humedal de Huentelauquén, el anaranjado del sol y los petroglifos del sendero El Coligüe, y el azul y celeste del cielo, el viento y ese mar en el que pocos canelinos se bañan. El primer semestre de 2009, el municipio recibió cerca de 93 millones de pesos por concepto de patentes comerciales. En todo 2008 recaudaron 89 millones por lo mismo. Al menos, el doble del promedio en la era pre-eólica. Municipalidad y empresas, uña y mugre.

“La idea es apropiarnos de los parques eólicos, asociándonos con los mecanismos de desarrollo limpio, para siempre. Si una empresa busca un lugar para instalar proyectos energéticos experimentales y ecológicos, que piensen en Canela. Los campesinos de acá están utilizando paneles solares hace varios años”, dice Analía Cortés, periodista canelina que se fue lejos y luego volvió a su pueblo natal, para crear el logo nuevo, sin comino, y un eslogan vendedor: “Comuna natural”. Es algo más que una marca. Es un antes y un después.

CAMINO A LA FAMA

Ocurrió así: el bendito lugar destacado en el ranking de pobreza coincide con el inicio de la discusión política sobre la frágil matriz energética chilena y la necesidad de diversificarla y de desarrollar fuentes más limpias. Es 2006, el año en que supimos del calentamiento global, y la discusión ambiental sobre la construcción de parques eólicos en el Norte Chico fue breve. Canela es un valle que cae al mar y que tiene condiciones climáticas particularmente apropiadas para los proyectos eólicos: su borde costero forma un murallón elevado que contiene al viento oceánico y luego lo encajona y lo lleva por un corredor hacia el interior.

En ese corredor, desde diciembre de 2007, ya se han instalado tres parques eólicos conectados a la línea de transmisión Los Vilos-Pan de Azúcar del Sistema Interconectado Central (SIC), y a una subestación, que alimentan al Norte Grande.

Son el P. E. “Canela I”, de Endesa Eco: 11 aerogeneradores, una inversión de US$ 38 millones y una capacidad instalada de 18,15 MW, o electricidad para 30 mil personas, desplaza anualmente la emisión de 27.251 toneladas de CO2, algo así como sacar 6.500 autos de las calles de Santiago al año. A las 8:30 PM del 23 de noviembre de 2007 se realizó la primera conexión de un aerogenerador con el SIC. El primer giro. Siguió el P. E. “Canela II”, de Endesa Eco: 46 aerogeneradores, US$ 168 millones de inversión y una potencia de 69 MW, saque cuentas. El P.E. “Totoral”, de Norvind S.A., filial de la hidroeléctrica noruega SN Power, fue inaugurado por Michelle Bachelet el 20 de enero pasado, cuenta con 23 aerogeneradores, US$ 140 millones de inversión y 46 MW de potencia instalada. 65 mil toneladas menos de CO2 a la atmósfera. Lo que emiten quince mil automóviles en un año.

Hay dos proyectos en proceso de calificación ambiental que se construirán en la comuna. P.E. “Punta de Palmeras”, de Acciona Energía Chile: 69 generadores y una inversión de US$ 230 millones; y P. E. “Hacienda El Quijote”, de Seawind: 13 aerogeneradores y US$ 63 millones de inversión. De los 11 parques eólicos que se proyectan en la Región de Coquimbo, cinco estarán en Canela.

Mega cifras que reactivan la teoría del chorreo: según estudios del INE de la Cuarta Región, en octubre de 2009, Canela logró el estatus de “comuna con empleo pleno”. Para esa fecha, ningún jefe de familia estaba cesante. En la construcción de “Canela I” participaron cerca de 300 trabajadores locales; en “Canela II”, 100 de 460, y unos 400 canelinos, de un total de 650 obreros fueron empleados para la construcción del parque “Totoral”. En un pueblo en el que los que se quedan viven con el mínimo, sueldos de 300 mil pesos duplican y triplican el ingreso familiar. Se nota. Cambia la vida.

Como a Daniel Codoseo, 27 años, locutor de radio que trabajó como guardia en uno de los parques: “En la radio me pagan 150 lucas, y en el parque, 250. O sea, gané 400 luquitas por casi un año. Ahorré, y además me pagaron un curso en el OS-7 de Carabineros. Es cierto que el dinero hace la felicidad. Cuando andái con plata en el bolsillo, te sentís mejor, más feliz”. O como Marcelo López, ex junior: “Yo pude hasta ahorrar, compré un LCD y amplié la cocina. Con mi mamá hicimos una pieza con baño para arrendar. Mi hermano se compró un Corsa 2000″. O como a María Donoso, 35 años, madre de tres niños, que trabajó como garzona en el casino del parque “Canela II”: “Entre sueldo y propinas, juntaba 300 mil al mes. Yo antes era dueña de casa. Con esto, mi marido se vino del norte, arrendamos piezas y no le debemos un peso a nadie”.

O como a Norman Araya, el alcalde, quien ya se maneja en el arte de las buenas relaciones con las grandes empresas. La RSE, o Responsabilidad Social de la Empresa, es el nuevo mejor amigo del pueblo. El ítem RSE de Norvind, por ejemplo, ya pagó 25 millones de pesos por el diseño de la estructura de un consultorio, cuya construcción costaría unos mil millones. Endesa Eco está financiando el diseño arquitectónico del estadio municipal, desembolsando unos 15 millones, para un complejo deportivo que costará entre dos mil y tres mil millones de pesos.

“TE TENGO PEGA”

Es sábado, es de noche y las estrellas son un mural místico. Dos de los tres restaurantes de Canela baja están abiertos. Tienen un menú que no falla: cazuela, de entrada, y carne asada o pollo con arroz, papas o ensaladas, de fondo. Hay un grupo de cabros con jockey en la plaza, frente al almacén de las papas fritas, un punto de encuentro. La delincuencia no llega a cobrar su parte en este botín. Aún no. Es un pueblo tranquilo. Hay días, pocos, en que detienen a un pavo acarreando bolsones con marihuana, nada más.

“Mientras mis viejos estén ganando platita, yo me quedo, pero cuando se acabe, hay que puro virarse de acá, tío. No pasa ná con quedarse. No hay na’ qué hacer acá”, dice uno de los chicos en medio de la fritanga.

La línea de tiempo del boom en Canela marca un inicio y un final momentáneo: desde febrero de 2007, con el comienzo de las obras civiles de “Canela I”, hasta octubre de 2009, con el término de la construcción del parque “Totoral”. Estos son los días después del boom. La primera pausa. La espera.

Entro al restaurante “Arenas”, el más pop. Hay tres ingenieros a los que otros hombres, más callados y recién duchados, saludan con un “buenas noches, jefes”.

Ramiro Arenas tiene 44 y es el dueño. La historia de su pyme en tres actos: más de 30 años marcando el paso con un solo ayudante, atendiendo a cinco clientes al día, con suerte, hasta que en noviembre de 2006 entra un desconocido y dice la frase clave: “Te tengo pega”. Hoy se levanta a las 5 y media a dar desayunos a los trabajadores de los parques, tiene contratados a catorce empleados, no baja de los 30 clientes diarios y su delivery reparte 300 colaciones al día.

Nunca olvidará esa mañana: “El tipo me dijo que las empresas necesitaban desayunos y almuerzos, y yo le dije que sí altiro. La cosa cambió de uno a diez en pocas semanas. Las empresas nos exigían ser más profesionales, tener una cocina impecable, cumplir las normas sanitarias, tener un furgón nuevo. Yo invertí en eso, cumplimos con todo. La misma gente de acá empezó a venir, tenían pega, se compraron su autito, su LCD, algunos se fueron a vivir a sucuchos con tal de arrendar sus casas. Hasta las mujeres consiguieron trabajo. Nos pegamos un viajecito a Pucón con mi familia, no conocíamos el sur. Estamos tranquilos, porque sabemos que vienen otros parques. Lo que me preocupa es pensar en el momento en que no se construyan más parques. ¿Qué vamos a hacer?”, se pregunta, y hace una boleta.

Hay más rostros del boom. Ernesto, por ejemplo, tiene 35 y hasta 2006 era un taxista que pagaba su empresa rodante en cómodas cuotas mensuales. “El mundo es de los vivos. Yo caché que se venían los parques y me metí en un par de furgones cero kilómetro, a crédito. Un día me encaché bien y me fui en el furgón más bacán a hablar con unos gerentes. Les ofrecí mis servicios de transporte y me dijeron que bueno. Les sale más barato conmigo. Hoy tengo cuatro furgones y estoy pensando en comprarme un bus chico. Cómo no voy a estar contento, si ahora soy un microempresario, manejo mi tiempo”, teoriza.

Es domingo y hay rodeo. Pregunto, entre los presentes, qué pasará cuando no se construyan más parques, y recibo varias encogidas de hombros. En la misa, un cura gringo pide por los enfermos y los muertos y porque se instalen luego los parques eólicos que faltan. Escúchanos, señor, te rogamos, se oye, varias veces. “Hemos pensado en el turismo rural, pero es un proceso largo. Queremos poner un parador para que los automovilistas se detengan y se bajen a mirar los parques que dan al mar, y ahí mismo, vender productos típicos, quesos de cabra, frutos secos, artesanías de cactus, y engancharlos con algo para que entren al pueblo”, dice el alcalde.

Aquí, el terremoto se sintió como un temblor fuerte. Tejas rotas, un par de muros menos, señoras rezando, perros aullando, y nada más. El municipio decidió ayudar a la comuna de Paredones, en la Sexta Región: 6.600 habitantes y 1.250 casas de adobe en el suelo. “Con el corazón en Paredones”, finalizó hace unos días. Recolectaron toneladas de alimentos no perecibles y los materiales necesarios para construir 20 casas de madera de 27 metros cuadrados. El municipio aprobó gastar 15 millones de pesos en eso. Los 116 años de Canela se cumplieron el 17 de marzo sin fiesta, respetando el momento. Un improvisado show en el gimnasio, transmitido en vivo por radio Asunción, con rock clásico, metal, hits tropicales, cuecas, baladas románticas, rancheras y un humorista. Lograron juntar $7.626.526 para la campaña “Chile ayuda a Chile”. Los canelinos están orgullosos.

Pero otro sentimiento ha regresado al pueblo. Los hombres y mujeres en la plaza, ahora se preguntan entre sí, cuándo será el día en que empiecen las obras del nuevo parque, el de Acciona Energía. “Habían dicho que en marzo”, se oye en el aire, pero nadie sabe. En las oficinas de Acciona Energía Chile, tampoco. “¿Sabe qué? La gente tiene miedo de estar cesante y vivir todo de nuevo, otra vez”, susurra una funcionaria en un pasillo del municipio.

Ya es de noche. Un anciano con la boca abierta sigue sentado en el mismo banco de la plaza, mirando la misma réplica en lata de un aerogenerador que adorna un jardín. Es una linda foto con múltiples lecturas.

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