Postergaciones en la agenda energética nacional
Editorial de La Tercera, publicado el 01/04/2012.
EL EPISODIO que llevó a la renuncia de Rodrigo Alvarez como ministro de Energía puso de relieve la continua debilidad de la institucionalidad estatal para orientar el sector energético, a pesar del fortalecimiento de la misma que -en teoría- representó la creación, en 2009, del Ministerio de Energía.
Hasta entonces, las funciones y atribuciones asumidas por éste se hallaban asignadas a diferentes entidades, como la Comisión Nacional de Energía, la Comisión Chilena de Energía Nuclear, la Superintendencia de Electricidad y Combustibles o, directamente, a las carteras de Minería y Economía. La puesta en marcha del nuevo ministerio buscó dar eficacia a la delicada tarea de asegurar el abastecimiento y avanzar hacia una matriz energética eficiente y más diversificada, en un contexto de alta sensibilidad ante los asuntos medioambientales, fuertes presiones para reducir el precio de los combustibles y desafíos técnicos significativos por el surgimiento de nuevas tecnologías.
En Chile el costo de la energía es muy elevado, lo que limita su competitividad. Asimismo, el estancamiento de la productividad en la economía, que afecta el crecimiento, y que se arrastra por una década, parece vinculado, entre otros factores, al alto costo de la energía. Este, luego de caer durante los 90, comenzó a ir al alza desde 2000, y logró niveles récord a partir de 2006. Ni la creación del ministerio ni la gravedad del problema del alto costo de la energía han consolidado políticas y regulaciones para mirar con tranquilidad el futuro energético: no hay definición sobre una eventual contribución nuclear al abastecimiento energético y subsisten enormes obstáculos burocráticos y legales para el desarrollo de la hidroelectricidad y los proyectos termoeléctricos. A pesar de que es claro que el precio de la energía va a estar determinado por el costo de la generación sobre la base de carbón, se anticipa que ésta podría estar sujeta a impuestos.
La confusión que subsiste sobre la forma en que el país va a encontrar salida al problema hace especialmente necesario que el gobierno concentre su atención y destine parte de su capital político, a una acción clara que asuma costos y abra caminos concretos para destrabar la situación. Sin embargo, en contraste con la expectativa de un Ministerio de Energía fuerte, dotado de los medios adecuados, y empoderado para liderar las iniciativas técnicas, educacionales y comunicacionales que permitan superar el cuello de botella, lo que se ha observado es un ministerio sujeto a alta rotación de sus autoridades. En dos años, por diferentes circunstancias, ha habido cinco titulares en la cartera. Si bien la rotación señalada no ha sido buscada por el gobierno, parece impensable que una situación similar hubiese ocurrido en ministerios como Interior, Hacienda o Relaciones Exteriores, lo que de alguna forma refleja percepciones o prioridades diferentes.
Las autoridades han estado enfrentadas a múltiples desafíos de corto plazo que han concentrado razonablemente su atención. La salida del ministro de Energía -que no deriva de asumir costos en definiciones propiamente energéticas, sino más bien de las consecuencias de su participación en las negociaciones por el conflicto en Aysén- deja en evidencia una debilidad institucional en un sector clave para el futuro del país.